Maria Varela Studio

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Retratos de grafito

Brontë había llegado a casa hacía solo unos días y me seguía a todas partes: una bolita de amor y timidez tan pegada a mí que me era imposible saber qué aspecto tenía.

¡Cómo me gustó verla por primera vez! Acostada a un par de metros, descubrí sus rizos suaves, sus ojos expresivos y esas orejas espectaculares. La vi completa: delicada y cálida, me llenó de ternura.

Una de esas tardes en las que todo encaja: brilla el sol, sopla un aire ligero y la Coca-Cola está helada. Salimos al balcón con Miga a celebrar el buen tiempo y mi marido consiguió la foto perfecta. Tranquila y en armonía con el entorno, su mirada dulce y profunda es ella misma: un encanto sutil que apacigua y redondea el momento.  

Miga descansa en nuestra cama. Su pelaje suave absorbe la luz de la tarde y sus ojos nos siguen con curiosidad serena, como si se preguntara: ¿Qué andan haciendo? 

Desde sus rincones favoritos, sus simpáticos ronquidos y su expresión amable han sido fuente de consuelo en tiempos de incertidumbre.

Brontë en su esencia, sin pose. Alerta como un centinela, lista para ponerse en movimiento. Con intensidad cómica, espera la siguiente señal: ¿Sales de la habitación? ¿Vas a la cocina? Me sigue rápida y ágil. Se cuela entre mis piernas y me adelanta.

Sin embargo, tan pronto como ve que me acomodo, se relaja. Se sube a mi regazo o se acurruca cerca, dejándose envolver por el sueño.

Hay algo en la postura diminuta y decidida de este patito que me resulta sorprendentemente familiar. Su equilibrio inestable, la curiosa inclinación de su cabeza: todo me recuerda a mi sobrina cuando aprendía a caminar. Valiente, aventurera y completamente dispuesta a enfrentarse al mundo.

Un símbolo de valentía envuelto en la forma más delicada. Es un recordatorio de que incluso los pasos más pequeños pueden conducir el espíritu más audaz.

Con sus diminutas plumas aún húmedas bajo el sol, el brillo de sus picos y la hierba fresca bajo sus cuerpecitos, esta escena captura la alegría despreocupada de un día de verano.

Es un instante sencillo pero lleno de vida, donde las texturas y los detalles —el plumón suave, el reflejo húmedo, las hojas de hierba— nos devuelven a esos momentos fugaces que hacen inolvidables las vacaciones.

Las ardillas rojas son como destellos de vida entre las ramas. Un suspiro fugaz, un movimiento casi imperceptible, y de pronto están ahí: rápidas, discretas y llenas de encanto. Sus gestos traviesos y sus movimientos ágiles nos recuerdan que los momentos más deliciosos a menudo surgen cuando prestamos atención al mundo que nos rodea.

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